Más de una semana después del devastador ciclón «Nargis», que asoló el delta del río Irrawaddy al sur de Birmania, aún no se sabe el número de muertos y desaparecidos. De momento, la Junta militar dirigida por el general Than Shwe, que pilota esta pobre y aislada nación del Sureste Asiático desde 1988, ha elevado el número de fallecidos hasta los 28.458, mientras que los desaparecidos son ahora, oficialmente, 33.416.
A pesar de estas cifras, tanto los grupos de ayuda humanitaria como la propia ONU creen que se alcanzarán las 100.000 víctimas mortales, al tiempo que hay entre 1,5 y 2 millones de personas que se han quedado sin hogar.
Pero eso no es lo peor, sino que hasta un millón de birmanos podrían morir si no reciben de inmediato la ayuda humanitaria internacional. Así lo advirtió ayer en Bangkok la jefa regional de la ONG Oxfam, Sarah Ireland, quien aseguró que existe «un riesgo real de catástrofe sanitaria pública esperando a ocurrir en Myanmar» (nombre oficial de Birmania).
Aparte de la falta de comida y agua que sufren cientos de miles de personas en las zonas más remotas del delta del río Irrawaddy, a las que sólo se puede llegar en helicóptero o barco porque las precarias carreteras han quedado devastadas, la principal amenaza es la proliferación de epidemias por la falta de higiene, la descomposición de cadáveres al aire libre en los arrozales y el calor asfixiante. «Es vital que la gente tenga acceso a fuentes de agua potable y a medidas sanitarias para evitar muertes innecesarias y más sufrimiento», manifestó Sarah Ireland, quien alertó de la proliferación de enfermedades como malaria o diarrea.
Por ese motivo, resulta fundamental que la Junta militar levante las restricciones que está imponiendo a la hora de recibir ayuda humanitaria internacional y desbloquee el acceso de los supervivientes a los víveres y medicinas. Con mucho retraso y en cuentagotas, la asistencia va llegando a las zonas afectadas, pero el número de damnificados es tan elevado y los medios del Gobierno birmano son tan escasos que la mayoría de las víctimas no han cubierto aún sus necesidades básicas.
Desconfiando de la Junta militar, detestada entre la sociedad por hundir al país e imponer un régimen de terror que ha anulado las libertades, los birmanos han optado por la solidaridad y las donaciones para ayudar a los damnificados, que han encontrado refugio en los monasterios budistas.
Veto a los extranjeros
Mientras tanto, el Ejército ha cerrado algunas de las principales ciudades afectadas, como Bogalay, a los extranjeros, que sólo pueden entrar si disponen de permisos especiales.
Según la Cruz Roja, la ayuda humanitaria ha llegado de momento a unas 220.000 personas, pero esa cifra no supone más que una gota de agua en el inmenso océano de sufrimiento y desolación en que se ha convertido el sur de Birmania.
Y es que la Junta militar parece más interesada en contar los votos del referéndum para aprobar una nueva Constitución hecha a medida de los generales que los muertos ocasionados por el ciclón «Nargis». 1
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