Expectativas entre los grupos prodemocráticos en el exilio, que confían en la visita del enviado de la ONU. Los medios disidentes hablan de divisiones internas en la Junta Militar.
Pagina12Luego de cuatro días de violenta represión a las manifestaciones pacíficas que se suceden en Birmania reclamando democracia, la capital tailandesa, como otras ciudades del mundo, fue ámbito de protestas frente a la embajada birmana. Budistas y miembros de otras religiones rindieron homenaje a las víctimas, en un país que por su cercanía y la gran presencia de exiliados, vive de manera directa la rebelión desatada en la nación vecina.
Sein Phay Tin, miembro de la Liga de Todos los Estudiantes de Birmania, presente en el acto, le dijo a Página/12 que “es necesario que los gobiernos del mundo sigan presionando para que la Junta Militar llame nuevamente a elecciones y respete los derechos civiles y humanos del pueblo birmano”. Los grupos de disidentes en Tailandia le asignan una gran importancia a la llegada a Rangún del enviado especial de la ONU, el nigeriano Ibrahim Gambari, que porta un mensaje de diálogo y moderación para el régimen militar. Según esas organizaciones, el número de muertos por las represalias treparía a 200.
En Bangkok circulan versiones de todo tipo. La radio Mizzina, que emite desde esta ciudad y es producida por disidentes birmanos, informó que continuaron durante el sábado las protestas contra la Junta Militar y que se observaron signos de posibles rupturas dentro del ejército ante la crisis. Se anunció también que algunos soldados se negaron a disparar contra los manifestantes en Mandalay, dejaron sus armas en el suelo y se arrodillaron ante los monjes como señal de veneración.
Otra versión de la emisora opositora La Voz Democrática de Birmania, que transmite desde Oslo, Noruega, y que reprodujo radio Mizzina, señaló que el comandante de Rangún, el general Hla Htey Win, se encuentra bajo arresto después de que soldados bajo su mando se negaron a abrir fuego contra los manifestantes.
Copias del periódico oficial del régimen militar, La Nueva Luz de Myanmar, que circulan por la capital tailandesa y que este cronista pudo leer, generan indignación entre los disidentes birmanos. Los títulos principales dan cuenta de los policías heridos con cascotes lanzados por los manifestantes, la denuncia de que monjes y activistas amenazan a familias para que se sumen a las marchas y el pedido para que la gente denuncie a los instigadores.
Familiares de los generales de la Junta Militar birmana dejaron ese país y llegaron el viernes a Bangkok, aunque los medios de prensa de los opositores en el exilio no pudieron confirmar si el destino final es Singapur o Macao. Las radios hablan de huida ante la proximidad del derrumbe del régimen, en un intento por levantar el ánimo de las organizaciones de disidentes y etnias birmanas.
Lo confirmado por funcionarios tailandeses es que varios aviones están listos para evacuar a extranjeros si la situación empeora aún más en Birmania. Por su lado, la BBC informó desde Bangkok, basándose en informes recibidos de ciudadanos birmanos, que las autoridades de ese país instalaron una prisión provisional en un antiguo hipódromo para recluir a las cientos de personas detenidas en los últimos días.
La red sigue siendo un campo de batalla clave en medio de las protestas que estallaron a mediados de agosto contra la dictadura birmana. La conexión a Internet había sido restablecida durante el sábado pero sufrió cortes intermitentes en el trascurso del día. Por ese motivo, nuevos videos de las marchas y la represión salieron con cuentagotas desde Birmania. Además, The Irrawaddy News Magazine, realizada por periodistas birmanos en el exilio y establecido en la norteña ciudad tailandesa de Chiang Mai, denunció que su sitio web fue infectado por un virus que le impidió trabajar desde el jueves, en otra acusación por los ataques cibernéticos que, según los disidentes, realiza el régimen militar.
Set Aung Naing, una de las tantas refugiadas birmanas que llegó a Tailandia cruzando azarosamente la frontera, nos dijo que esta vez, a diferencia de la matanza de 1988, el mundo está siendo testigo de la brutalidad del régimen militar. Emocionada, afirmó “el pueblo es valiente y desafiante pese a que los militares controlan ahora las calles y no dejan salir a los monjes de sus monasterios. Ellos solos no podrán con un gobierno que nunca se preocupó por su imagen en el exterior”. Ella tiene miedo de que, al igual que sucede con tantas noticias, pronto Birmania desaparezca de la tapa de los diarios y su pueblo siga sometido. Y se despidió pidiéndonos que no nos olvidemos.
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