Václav Havel y Karel Schwarzenberg* El Universal.com - 22 de marzo de 2008 |
PRAGA.— Los recientes acontecimientos en el Tíbet y las provincias vecinas son causa de profunda preocupación. En efecto, la dispersión de una marcha de protesta pacífica organizada por monjes tibetanos que condujo a una ola de agitación salvajemente reprimida por el ejército y la policía china ha causado indignación en todo el mundo democrático.
La reacción de las autoridades chinas a las protestas en el Tíbet evoca las prácticas totalitarias de los días anteriores a que el comunismo en Europa Central y del Este cayera en 1989 que muchos de nosotros recordamos: una censura estricta de los medios nacionales, la suspensión de los informes de los medios internacionales provenientes de China, la negación de visas a periodistas extranjeros y la asignación de la culpa de la conmoción al “grupo conspirador del Dalai Lama” y otras fuerzas oscuras no especificadas supuestamente manipuladas desde el exterior. En efecto, el vocabulario utilizado por algunos representantes del gobierno chino evoca los peores momentos de las eras estalinista y maoísta. Pero el acontecimiento más peligroso de esta desafortunada situación es el actual intento de aislar al Tíbet del resto del mundo.
En el momento de escribir estas líneas, es claro que los gobernantes de China están intentando tranquilizar al mundo en cuanto a que la paz, la tranquilidad y la “armonía” reinan de nuevo en el Tíbet. Todos conocemos este tipo de paz por lo que ha sucedido en el pasado en Birmania, Cuba, Belarús y algunos otros países —es la paz de los sepulcros.
Instar únicamente al gobierno chino a que actúe con la “mayor moderación” hacia el pueblo tibetano, como lo están haciendo los gobiernos de todo el mundo, es una respuesta demasiado débil. La comunidad internacional, empezando por las Naciones Unidas seguidas de la Unión Europea, la ASEAN y otras organizaciones internacionales, así como los países a título individual, deben utilizar todos los medios posibles para aumentar la presión sobre el gobierno chino a fin de que:
—permita la entrada al Tíbet y las provincias vecinas de medios extranjeros y misiones internacionales de recopilación de información para que se realicen investigaciones objetivas sobre lo que ha estado sucediendo;
—deje en libertad a todos aquellos que únicamente ejercieron de manera pacífica sus derechos humanos protegidos internacionalmente y garantice que no se sujete a nadie a tortura o a juicios injustos;
—entable un diálogo trascendente con los representantes del pueblo tibetano.
A menos que se cumplan estas condiciones, el Comité Olímpico Internacional debería considerar seriamente si la celebración de los Juegos Olímpicos del próximo verano, en un país donde hay un sepulcro pacífico, sigue siendo una buena idea.
©Project Syndicate
*Havel es ex presidente de la República Checa y Schwarzenberg es ministro de Relaciones Exteriores de ese país. También firman este texto André Glucksmann, filósofo francés; Yohei Sasakawa, filántropo japonés; El Hassan Bin Talal, presidente del Foro de Pensamiento Árabe y presidente emérito de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz, y Frederik Willem de Klerk, ex presidente de Sudáfrica.
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